19/12/08

Acerca del concepto de problema social.

Si nos situamos en una postura crítica con la mirada representacionista de la realidad y con el conocimiento científico como herramienta de 'descubrimiento' de lo real, el socioconstruccionismo tendría bastante que aportar, ya que entre sus premisas rechaza que el conocimiento sea una percepción directa de la realidad.

Tal como señala Kennet Gergen "Los términos y las formas por medio de las que conseguimos la comprensión del mundo y de nosotros mismos son artefactos sociales, productos de intercambios situados histórica y culturalmente y que se dan entre personas”.[1]

Según este enfoque, el significado es visto como algo que procede de intercambios microsociales alojados en el seno de extensas pautas de vida cultural.

Esta corriente afirma que no hay modo en que la realidad pueda ser apreciada objetivamente. Plantea, a la inversa, que nuestras concepciones son primordialmente elaboradas socialmente, por medio del lenguaje, en intercambios comunicativos con otros. A decir de Tomas Ibáñez, “la realidad existe porque la hemos construido como tal, de manera colectiva, a través de un largo proceso histórico e íntimamente relacionado con nuestras características humanas”.[2]

Por lo tanto, el conocimiento científico es criticado por erigirse como conocimiento correcto y diáfano de la realidad y no mostrarse conforme a su “carácter construido, histórico, contingente y normalizador”.[3]

Los “problemas sociales” desde una perspectiva socioconstruccionista aparecerían entonces como un producto de procesos de enunciación colectiva, que se construyen como objetos por medio de prácticas y discursos en un marco socio histórico y cultural que da cabida a cierto tipo de construcciones y no otras. En este sentido “el conocimiento es intrínsecamente provisional, puesto que ninguna forma sociocultural es invariante”.[4]

Michael Foucault, realizo investigaciones exhaustivas acerca de cómo instituciones como las cárceles logran disponer una sucesión de discursos y prácticas, infundidas en entramados de relaciones de poder, que se manifiestan convenientes para cierto orden social.

La prisión además de privar de la libertad al “delincuente”, emerge como manera de cuantificar el castigo, proporcionalmente al grado de malestar que haya causado, por otra parte, justifica su existencia al tener una función benéfica, en términos de supuestamente actuar en la "transformación" del individuo, su corrección y re-educación.

Según este autor, estas características sustentan la legitimidad y vigencia de estas instituciones, ya que tienen coherencia lógica con los mecanismos que operan fuera del aparato judicial, y que se han definido como útiles para realizar operaciones relativas el comportamiento de los individuos en las relaciones de saber – poder; se trata pues, de "formar en torno a ellos todo un aparato de observación, de registro y de notaciones, construir sobre ellos un saber que se acumula y se centraliza".[5]

En esta lógica, explica cómo las disciplinas "psi" (esto es, psicología, psiquiatría, psicoterapia...) han sido decisivas en la comprensión contemporánea sobre el ser humano dado las narrativas y el vocabulario que desarrollan.
Así pues, Foucault utiliza la perspectiva histórica para socavar las justificaciones del orden actual de las cosas, rastrea los comienzos históricos de nuestros valores frente a la naturalización de su origen.

Por ejemplo al desarrollar la historia del discurso psiquiátrico sobre la locura, señala”...Si se toma un saber como la psiquiatría, ¿no será mucho más fácil resolver la cuestión, en la medida en que el perfil epistemológico de la psiquiatría es bajo y que la práctica psiquiátrica está ligada a toda una serie de instituciones, exigencias económicas inmediatas y urgencias políticas de regulación social? ¿Acaso en el caso de una ciencia tan dudosa como la psiquiatría no se puede captar de un modo mucho más cierto el encabalgamiento de los efectos de poder y saber?”.[6]

Su intención, para desvelar las relaciones entre poder y saber, es mostrar cómo el saber psiquiátrico se genera a posteriori para respaldar y escudar una práctica de dominación previa.

En base a lo planteado anteriormente, es posible apreciar como una serie de conocimientos disciplinarios, socialmente validados, emergen como actividades que tienen la función de proveer a la sociedad de un grupo de personas entrenadas y con credenciales, que son definidas como poseedoras de una competencia para la administración de personas, de relaciones interpersonales y la capacidad de manejo racional y sistemático de recursos en la vida social.

Si recurrimos al ejemplo de un “problema social” concreto, como el consumo de drogas, podemos apreciar que, a pesar de sus orígenes morales e ideológicos, la prohibición de cierto tipo de substancias ha intentado encontrar sustento en la ciencia y la medicina, utilizando su prestigio social y de su vinculación con la autoridad para así tener una base de apoyo sólida que mitigue estos componentes.

Según Thomas Szasz “el llamado problema de la droga, o drogadicción, o farmacodependencia, o abuso de drogas fue una creación del siglo XX con la promulgación de las primeras leyes antidrogas, y la inclusión del uso de ciertas drogas en la lista oficial de trastornos mentales de la Asociación Psiquiátrica Americana”.[7]

A nivel mundial, las políticas de prohibición han realzado a la categoría de dogma un planteamiento que resulta discutible, según el cual es las drogas son malas en si.
Tal premisa para algunos es incuestionable y a partir de ella se genera todo un aparato discursivo que la sostiene. La ciencia entonces, tiene que ser el pilar básico que sostiene el andamiaje prohibicionista desde una autoridad, la científica, incontestable para el resto de la sociedad.

Según Alessandro Baratta, para realizar esto, se ha realizado una generalización de hechos de baja incidencia que son presentados como si del general del consumo de las drogas se tratara, especialmente aquellos que tienen relación con el crimen, la dependencia y el alienamiento o marginación social de algunos consumidores”.[8]

De esta manera, y en una operación discursiva de la mayor trascendencia, se logra asociar a todo usuario de drogas con un adicto. Es decir, no se reconoce o se invisibiliza al usuario no problemático, ocasional o recreativo. Siguiendo con esta lógica reduccionista, todo uso de una sustancia ilegal es malo, conducta desviada, un atentado contra el individuo que lo efectúa al tiempo que contra la sociedad.

En términos más generales, se puede visualizar que las formas de construcción propias de la retórica científica producen objetos, sujetos, prácticas y subjetividades que, por ser avalados por las redes de poder donde opera la institución académica, son difíciles de cuestionar.

Asimismo, el conocimiento que se produce en este ámbito sirve para delimitar, describir, observar, medir, en fin, construir los problemas sociales, proceso que va paralelo a la profesionalización de la intervención social, por medio de técnicas avaladas en los desarrollos científicos, y que se utiliza para incidir en estos problemas.

Por otro lado, una de las consecuencias de la imposición de retóricas de verdad propias de la actividad científica es la construcción de identidades y de colectivos definidos como desviados. De esta manera se conforman situaciones y colectivos (como, delincuentes, locos, drogadictos, etc.) como problemáticos en el marco de unas relaciones sociales permeadas por el binomio de poder y saber.

Así, la intervención en el ámbito del Estado moderno ayuda a su estabilidad, ya que este tipo de intervención social tiene efectos de control de desviaciones y de conducción de las resistencias sociales, cumpliendo con el encargo social del “Estado Terapéutico”, sucesor del “Estado Teológico”.[9]

Siguiendo los estudios teóricos de Michael Foucault, el filósofo Gilles Deleuze afirma que las sociedades contemporáneas ya no son regidas exclusivamente por las disciplinas, sino que hemos ingresado en una “etapa de control continuo, en donde las comunicaciones instantáneas cumplen un rol preponderante”.[10]

Así habría perdido importancia la vigilancia constante que se da en instituciones como la familia, la escuela, el cuartel, la fábrica, ocasionalmente el hospital, y eventualmente la prisión, que son características de la sociedad disciplinaria.

Uno de los rasgos de este tipo de sociedad que aun persiste, es el rol asignado a las disciplinas científicas, que Foucault describe como de “jueces de normalidad”, en este sentido la principal contribución del socioconstruccionismo esta en develar la pretensión de objetividad de posturas paradigmáticas que justifican, y son utilizadas para imponer una supuesta “normativa universal”, sometiendo a ella el cuerpo, los gestos, los comportamientos, las conductas, las actitudes, las prestaciones”.[11]

[1] Gergen, Kenneth. (1994) “Realidades y Relaciones: Aproximaciones a la Construcción Social”. Barcelona: Paidós (1996).
[2] Ibáñez, Tomas. (1994). “Psicología Social Construccionista”. México: Universidad de Guadalajara.
[3] Ibáñez, Tomas. (1991) “Social Psychology and the Rhetoric of Truth. Theory and psychology”, Vol.(2) (187 – 201).
[4] Ibáñez, Tomas. (1992) “La Construcción del Conocimiento desde una Perspectiva Socioconstruccionista” - Ponencia Presentada el Congreso Iberoamericano de Psicología. Madrid.
[5] Foucault, Michael. (1975) “Vigilar y Castigar - Nacimiento de la prisión”. Madrid: Siglo XXI Editores. (6ta Edición en España, 1988).
[6] Foucault, Michael. (1992). “Verdad y Poder en Microfísica del poder", La Piqueta, Madrid 1992.
[7] Szasz, Thomas. (1961). “El Mito de la Enfermedad Mental”, 2nd Edition. New York: Harper & Row.
[8] Baratta, Alessandro. (1991) “Introducción a una Sociología de la Droga. En ¿Legalizar las drogas? Criterios Técnicos para el Debate”, 49-55.Ed. Popular, Madrid,
[9] Szasz, Thomas, (1992) “El Segundo Pecado - Reflexiones de un Iconoclasta”, Editorial Alcor, Barcelona. pp. 153.
[10] Deleuze, Gilles. (1995), “Conversaciones. 1972-1990 – Post Scriptum sobre las Sociedades de Control”, Éditions de Minuit, París.
[11] Foucault, Michael. (1975) “Vigilar y Castigar. Nacimiento de la Prisión”, Op. Cit. Nº 5.

11/12/08

LOS PELIGROS DE LA OBEDIENCIA

Hasta los años 60, la psicología social se basó fundamentalmente en experimentos para entender la forma de funcionamiento de las personas en un entorno social, era casi impensable que no fuese de este modo. Hoy esta forma de investigar está bastante cuestionada, el positivismo, la contrastación empírica, son conceptos que para algunos tienen una carga valórica negativa.

Más allá de estos cuestionamientos, durante esta época autores como Salomón Asch, Muzafer Sherif y Stanley Milgram, dejaron una importante marca en la disciplina, y realizaron notables hallazgos en su búsqueda por entender el comportamiento de los seres humanos en su dimensión social.

Esta disciplina científica sostiene que existen fenómenos supraindividuales. Uno de sus precursores, Gustave Le Bon planteo la existencia de lo que denomino “la masa psicológica”, esta seria “un ser provisional compuesto de elementos heterogéneos, soldados por un instante, exactamente como las células de un cuerpo vivo forman por su reunión un nuevo ser, que muestra caracteres muy diferentes de los que cada una de tales células posee[1]”.

Este fenómeno seria tan poderoso que, “no es solamente por sus acciones que un individuo en una masa se diferencia esencialmente de si mismo, sino que incluso antes de perder completamente su independencia, sus ideas y sus sentimientos ha sufrido una transformación; y esta transformación es tan profunda que es capaz de cambiar al avaro en un despilfarrador, a un escéptico en un creyente, a la persona honesta en un criminal, y al cobarde en un héroe[2]”.

Para Freud, el mecanismo que operaba era distinto, el sostenía que las pulsiones individuales se sumarían creando o un lazo social, de modo que “el individuo que entra a formar parte de una multitud se sitúa en condiciones que le permiten suprimir las represiones de sus tendencias inconscientes, los caracteres aparentemente nuevos que entonces manifiesta son preci­samente exteriorizaciones de lo inconsciente individual[3].

Ahora bien, no es necesario hacer una revisión muy exhaustiva a la historia del siglo XX, para encontrar varios regímenes políticos que claramente atentaron contra los más esenciales derechos, y aún así contaron con el apoyo de la mayor parte de la sociedad.

Para intentar comprender algunos de los factores que incidieron en esto, es que este ensayo, se centrara esencialmente en reflexionar sobre lo ocurrido en Alemania durante el periodo del nacionalsocialismo.

Basta realizar una breve revisión del periodo, para verificar el grado de alienación colectiva, política o social de individuos que hicieron auténticas atrocidades, perdiendo todo referente racional para acatar los planteamientos de la ideología y las consignas de conducta decretadas por el líder, por irracionales que fuesen.

Si excluimos la dimensión grupal o social del ser humano, no nos quedaría otra opción que pensar que los alemanes de esa época, eran personas malvadas o afectadas de una patología como puede ser el trastorno antisocial, por ejemplo, que presenta un patrón de desprecio y violación de los derechos de los demás en grado superlativo.

Pero según múltiples autores, esto no era así, más aun, estas personas, en su generalidad, que eran padres y madres de familias, tal como hacemos actualmente, atendían lo señalado por quienes eran sus referentes, ya sean estos, hombres de ciencia, intelectuales, políticos, artistas, etc.
Hannah Arendt, señala que “no hay diferencia ontológica entre los perpetradores y nosotros, también hombres corrientes y superfluos, con nuestros “valores” y “virtudes”. Se trata de personas “obedientes” que cumplían con la ley y que se limitaron a cumplir órdenes[4].

Tenemos un ejemplo en Adolf Eichmann que fue procesado por los crímenes contra la humanidad realizados bajo el gobierno nazi, un padre de familia tradicional, que en toda ocasión que se le cuestionaba por las causas de su proceder, él alegaba: “Cumplía órdenes”, el explico que al ver a la plana mayor del régimen nazi, discutir los pormenores de la solución final al problema judío, señala que sintió “algo parecido a lo que debió sentir Poncio Pilatos, ya que me sentí libre de toda culpa[5]."

Rudolph Hess, otro importante colaborador del régimen nazi afirmó ante un tribunal internacional: “No estoy loco, mi cabeza funciona. Quiero subrayar el hecho de que reconozco mi plena responsabilidad por cuanto he hecho o firmado como signatario o cosignatario”, también asevero que era un patriota al servicio de su país y no se sentía arrepentido de “haber servido al hombre más importante que había nacido en tierras alemanas en los últimos mil años[6]”.

Hannah Arendt, refiriéndose a Eichmann, habló de la “banalidad del mal”. Así, expone Rüdiger Safranski[7], la autora pretendió especificar aquella forma comercial, burocrática con que personajes de extraordinaria normalidad mantuvieron en movimiento el aparato de aniquilación. El modelo industrial-burocrático de una empresa de asesinar y el “mandato superior”, dieron el contexto para que este ciudadano corriente mantuviese una su conciencia tranquila.

Esto explica Enzo Traverso[8] al profundizar en los escritos de Kafka como una metáfora, del proceso de exterminio de los judíos en Europa. Kafka sostiene, al igual que Max Weber, que el poder es una especie de jaula de hierro[9] que aprisiona a los individuos como en un laberinto[10].

Safrinski no está conforme con el término “banal” que emplea Arendt para referirse a estos mandatos superiores. Sobre este asunto, Enzo Traverzo sostiene que conforme la línea de pensamiento de Arendt, aceptar la banalidad del mal no implica trivializar la gravedad de estos crimenes[11].

Todo lo opuesto, eso lo hacía aún más monstruoso, ya que había sido efectuado por personas “normales”, ni crueles, ni sádicas, ni enfermas. Lo banal no era el genocidio, sino la naturaleza de los que lo ejecutaron. Esta banalidad tenía relacion con la ausencia, de algún grado de cuestionamiento por parte de estas personas, al cometer uno de los crímenes más espeluznantes de la historia de la humanidad.

¿Por qué somos capaces de estas conductas? ¿Qué habilidades debemos manejar para actuar como entes racionales y no como androides al servicio de intereses supuestamente superiores?
Esto nos conduce de forma evidente a las investigaciones de Milgram, y el llamado estado de agente[12], en el concepto de que el individuo es un agente ejecutivo de una autoridad que él razona como legitimada. Así, cuando un sujeto es parte integrante de una estructura jerárquica establecida, le es posible traspasar completamente el compromiso y/o responsabilidad de sus actuaciones en quienes se ubican en una jerarquía superior de poder.

También es necesario considerar que la estructura social suele generar una adscripción a la norma muy potente en las sociedades occidentales, la de la subordinación a la autoridad legítima. ¿Cómo son catalogados quiénes rechazan los planteamientos de la “autoridad” , ya sea esta científica, institucional, política, etc.?

Dado esto, para generar acatamiento, la autoridad debe estar legitimada. En el caso de Alemania, la potestad de Hitler fue legitimada por el pueblo alemán ajustándose a la legalidad de la época.
Así este simple cabo de ejército, con su capacidad demagógica, y en un contexto idóneo, consiguió convencer a un pueblo - que inmerso en la pobreza y la frustración que género el tratado de Versalles - de que era la mejor opción para el futuro.

Aunque esta, eventualmente podría ser una respuesta justificatoria de esa “sumisión ciega”, igualmente corresponde considerar la norma social instituida de “no hacer daños a otros”, la que en el experimento de Milgram, genero mucha ansiedad en los sujetos.
Así, esto hace que cuando la víctima se ubica cara a su verdugo, éste se vea reflejado en ella y su “obediencia a la autoridad” se vea reducida, permitiendo que este se haga más consciente de sus actos, acrecentando su sentido de “responsabilidad social”.

En tiempos del nazismo, prevaleció la sujeción a la autoridad por sobre de la responsabilidad social, se suplanto la responsabilidad moral por la “responsabilidad técnica”[13] en un ambiente en el que la identidad individual se vio degradada a favor de la identidad grupal, se estigmatizo lo diverso y se valorizo la homogeneidad.

Se articulo un sistema de tal forma, que una serie de funcionarios estuvo a cargo de una tarea distinta en el sistema de la aniquilación: insertar a los condenados en las cámaras - activar en funcionamiento del gas venenoso - transportar de los cadáveres a los hornos crematorios. De esta forma, el que cada uno tenga una función muy específica contribuye a la disolución de la responsabilidad, sin mayores cuestionamientos sobre la finalidad de sus acciones individuales.
Para Adorno y Horkheimer, el campo de exterminio de Auschwitz, es la cúspide de la ilustración, concebida como instrumentalización de la razón, justamente porque consiste en la organización racional, científica, de la muerte.[14]

Estos sucesos hacen que se forjen nuevos símbolos críticos de la modernidad occidental, nos revelan su carácter paradójico, de modo que razón y ciencia no evitan barbaries de tal magnitud, presentándonos sus límites.

Para Bauman, este suceso solo se hizo posible en nuestros tiempos, porque fue gestado en esta sociedad y cultura, no en otras. Absolutamente planificado, organizado, impersonalizado, burocratizado y tecnologizado. [15]

En definitiva, por medio del uso de todas las nuevas tecnologías que teóricamente, la humanidad crea para conquistar una mayor prosperidad.

[1] Le Bon, Gustave, “Psicología de la Multitudes”, Editorial Albatros, Buenos Aires, Argentina. (1952)
[2] Le Bon, Gustave, “Psicología de las Masas - Estudio sobre la Psicología de las Multitudes”, Editorial Morata. Madrid. España (1981).
[3] Freud, Sigmund. Psicología de las Masas y Análisis del Yo, Y otras obras. Tomo XVIII. Amorrortu Editores. Buenos Aires. Argentina. (1985)
[4] Hannah Arendt, “Eichmann en Jerusalén: un estudio sobre la banalidad del mal”, Ed. Lumen, 2ª edición, traducción de Carlos Ribalta, Barcelona, España. (1999).
[5] Hannah Arendt, Op. Cit. Nº4.
[6] Hess, Rudolph, Declaraciones ante El Tribunal Militar Internacional de Nuremberg (1945-1946)
[7] Safranski, Rüdiger. “El mal o el drama de la libertad”. Barcelona, Ed. Tusquets. (2000). Pág. 242.
[8] Traverzo, Enzo. “La historia desgarrada”. Barcelona Ed. Herder.(2001). Pág. 37.
[9] Weber, Max, “El Político y el Científico” Alianza editorial, Madrid, España. (1969).
[10] Según Cousiño, Carlos “Hay una semejanza importante entre Weber y el libro más conocido de Kafka, La metamorfosis”, para el “es evidente que esa imagen pies arriba, atrapado por esa caparazón, es la imagen weberiana de “la jaula de hierro”, de ese hombre que está absolutamente desesperado porque no puede deshacerse de una caparazón que no es de él, y con la cual se despertó.”
* Citado de la Revista Nº 78 del Centro de Estudios Públicos (CEP – Chile) – 1998.
[11] Traverzo, Enzo. “La Historia Desgarrada”, Op. Cit. Nº 8. Pág. 105.
[12] Milgram, Stanley “Obediencia a la autoridad. Un punto de vista experimental”, Editorial Desclee de Brouwer S. A., Bilbao. España. (1973),
[13] Bauman Zigmunt , “Modernidad y Holocausto”. Maos Print, España. (1997)
[14] Horkheimer; M. Y Adorno, T. W. “Dialéctica del Iluminismo”, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, Argentina (1960)
[15] Bauman Zigmunt , “Modernidad y Holocausto”. Op. Cit. Nº 13.

6/9/08

Reflexiones sobre las implicancias de los planteamientos de Bateson y Maturana para el quehacer del Trabajo Social.

En términos generales, me parece que, cualquier actividad profesional, no debe perder de vista los debates acerca de nuevas perspectivas para abordar las realidades individuales y sociales, que son generadas desde las ciencias naturales y/o sociales.

Para un profesional del trabajo social, resulta muy interesante apreciar como desde disciplinas aparentemente distantes, en este desde caso la Biología Ontológica de Maturana y la Epistemología Cibernética de Bateson, podrían ayudar a proveer finalmente de un fundamento para las ciencias sociales.

Según Paul F. Dell, “tanto Maturana, como Bateson, concuerdan en la imposibilidad de información objetiva”[1], esto implica la posibilidad de considerar una visión distinta al pensamiento científico, cuya función tradicionalmente ha sido discriminar, medir, comparar, cuantificar, analizar y observar de tal manera que el profesional observa la realidad y lo que sucede en ella independiente de él, el observador mira el mundo desde afuera y no da cuenta de que está en él, intenta describir el objeto independiente de él, sus estructuras, sus propiedades, y modos de comportamiento etc.

Esta visión resulta discutible desde la perspectiva de la Cibernética de Segundo Orden, que desarrolla una teoría del observador que reconoce los sistemas como Autopoiéticos, es decir que se producen a sí mismos y a su entorno en su relación con los otros haciéndoles, desde esta perspectiva responsables de sí mismos y su entorno; en este sentido, éste es parte del proceso cuando suceden los acontecimientos.

En este contexto observar es lo que “hacemos cuando distinguimos en el lenguaje los diferentes tipos de entidades que producimos como objetos de nuestras descripciones, explicaciones y reflexiones, en el curso de nuestra participación en las diferentes conversaciones en las que nos vemos envueltos en la vida cotidiana, sin tener en cuenta el ámbito operacional en el que éstas tienen lugar[2]

Si consideramos este marco conceptual, no seria factible, que un profesional, por ejemplo, de trabajo social se plantee desde una perspectiva independiente de sus propias percepciones y vivencias, que aparezca considerando que la “objetividad” está dada por el manejo de la “información” sobre el objeto, donde el saber lo da el conocimiento.

Desde esta lógica, correspondería al trabajador social concebir su rol como el de un dinamizador de procesos individuales, grupales o comunitarios formando parte del sistema relacional y del contexto mismo, en el entendido que todo hace parte de un sistema que se constituye de diversos elementos, todos los cuáles se intervienen entre sí y componen un sistema complejo que da lugar a la forma de vida de un sistema o subsistema específico.

Dado que todas las realidades que ponemos de manifiesto son legitimas, los humanos, como seres que vivimos en el lenguaje, no en un universo, sino en un multi-verso, haciendo alusión a la idea de múltiples versiones, donde la verdad no es ni objetiva, ni unitaria, por el contrario, es múltiple.

Según Maturana el lenguaje no esta localizado en el cerebro, más bien este se origina y existe como una elaboración concreta de nuestro acoplamiento estructural con nuestro medio, en otro de sus escritos señala que “lo que vivimos lo traemos a la mano y configuramos en el conversar, y es en el conversar donde somos humanos[3]”, es así como la cultura y la historia se reproducen en nuestro presente. Nuestra única forma de existir en el mundo es estando inmersos en los diálogos/conversaciones que lo instauran como una práctica social habitual o cotidiana.

Es así como desde esta perspectiva, el lenguaje surge como elemento constitutivo de la realidad y como una manifestación histórica, el lenguaje está a la base de los procesos humanos por tanto: “la cultura es una red cerrada de conversaciones que constituye y define una manera de convivir humano como una red de coordinaciones de emociones y a acciones que se realiza como una configuración particular de entrelazamiento del actuar y el emocionar de la gente que vive esa cultura. Como tal una cultura es constitutivamente un sistema conservador cerrado, que genera a sus miembros en la medida en que éstos la realizan a través de su participación en las conversaciones que la constituyen y definen[4]”.

Así, es posible apreciar que, en las teorías comunicacionales el lenguaje asume un carácter medular; pero no concebido como un instrumento descriptivo, sino como práctica articuladora del porvenir con dos dimensiones: la noción de lenguaje como ente productor de realidad, y la concepción de este como la manera en que la historia se hace manifiesta.

Si se consideran los planteamientos antes expuestos y se transportan a una configuración metodológica, los procesos de transformación y cambio cultural se deberían entender como procesos de interacción en el lenguajear y el emocionar, esto es en el conversar, los que se harían concretos en la formación de un sistema relacional (trabajador social – individuos/grupos/comunidades) que persigue incidir en las transformaciones y cambios de la cultura cotidiana en un intercambio particular y diferente en cada contexto.

De esta manera, me parece viable entonces pensar en una practica profesional que establece sistemas relacionales comprometidos con la idea de que el ser humano y la cultura se definen en la interacción con los otros y que es allí donde se modifican significados y se encuentra sentido al pensar y al hacer, y donde se inicia la edificación de lo heterogéneo.

Desde esta perspectiva, los cambios, las transformaciones y las innovaciones culturales se generan en las nuevas configuraciones entre el actuar y el emocionar de los integrantes de una cultura, sobre la base de la concertación y negociación en el diálogo.

Para finalizar, creo que si tenemos entre nuestros referentes este tipo de epistemología, tendremos la capacidad de al menos cuestionarnos sobre los potenciales riesgos de suponer que como profesionales, podemos tener un juicio “objetivo” de la realidad, en la habitual pretensión de lograr establecer una etiqueta conceptual que se acomoda a todo bajo la denominación de diagnóstico, evaluación o verdad científicamente acreditada.

[1] Traducción del artículo original “Understanding Bateson and Maturana: Toward a Biological Foundation for the Social Sciences”. Publicado en Journal of Marital and Family Therapy, 1985, Vol. 11, N° 1, 1-20.
[2] Maturana Humberto, “La ciencia y la vida cotidiana: la ontología de las explicaciones científicas, en El ojo observador”, editorial Gedisa, pg. 158. España 1994.
[3] Maturana, Humberto “El Sentido de lo Humano”. Ediciones Dolmen, pg 23, Santiago de Chile. (1991).
[4] Maturana Humberto y Gerda Verden Zoller. “Amor y juego. Fundamentos Olvidados de lo Humano - Desde el Patriarcado a la Democracia”. Colección Experiencia Humana. pg.22. Santiago de Chile (1993)

12/3/08

ALGUNAS META LECTURAS SOBRE LA POLITICA SOCIAL ESTATAL.


Para comenzar voy hacer referencia a un evento sucedido hace no mucho tiempo, más precisamente en mayo del año 2007, durante una conferencia realizada en el palacio de la Moneda, donde asistió la presidenta de la Republica Michelle Bachelet, en ella Rebeca Grynspan, directora para América Latina y el Caribe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), se cuestionaba por qué en Latinoamérica la liberalización comercial y el desarrollo exportador no han tenido como consecuencia el crecimiento acelerado y el aumento del bienestar que sí produjo en otros.

Entre los factores necesarios para que esto sucediese planteo que ello requiere “la construcción de un Estado más estratégico, eficiente y transparente y con altos grados de legitimidad social y política”[1], coincidiendo con el planteamiento de Woolcock, en el sentido de que “el Estado requiere de coherencia interna, probidad y competencia para poder aplicar con eficacia una política de sinergia con el capital social comunitario”[2].

Luego de esto puntualiza como un componente ineludible de esta estrategia el encargarse de “suavizar los ciclos económicos (la política social es esencial para ello, para proteger a las familias y los individuos de los shocks y reducir la vulnerabilidad)”

En esta afirmación se hace evidente la concepción de la política social como un mecanismo que compensa las consecuencias de las crisis periódicas de la economía de mercado, a la vez que mantiene la homeostasis del sistema.

Para ver otra de sus utilizaciones, apelare a un poco a la historia , empleando como ejemplo lo ocurrido en Inglaterra durante los años de la primera revolución industrial, nación que ante la necesidad de incorporar mano de obra, y de este modo sostener el desarrollo económico, dicto la denominada nueva ley de pobres, que suspendió “la ayuda exterior a los necesitados y su sustitución por un sistema de casas de trabajo (workhouses) donde se ofrecía ayuda a cambio de la realización de algún trabajo”[3]

Una idea algo parecida, aunque no teñida de la lógica del control social, ni de restar beneficios, si no que enfocada a desarrollar la economía, se vislumbra en el discurso de Rebeca Grynspan, cuando plantea la necesidad de “aumentar la productividad sistémica: contando con mano de obra más calificada y que permita una fuerza de trabajo que tenga capacidades de aprendizaje permanente y que tenga acceso a la capacitación continua”.

En base a lo anterior, se visualiza que las políticas sociales han sido utilizadas como un instrumento de control social, por parte del Estado primordialmente, e incluso que han llegado a establecer una relación paternalista con las clases urbano populares, ocupando el lugar dejado por “la figura del padre patrón”[4], en su imaginario colectivo, No obstante también juegan significativo rol al intentar incluir dentro de la lógica sistémica, a los sectores más necesitados, que sufren la marginación y/o exclusión social.

Por otra parte, las políticas sociales, cumplen una función primordial a la hora de redistribuir la riqueza generada en el país, por ejemplo la política de vivienda permite el acceso al mercado inmobiliario a sectores que por su propios medios no podrían, equiparando y mejorando de este modo las condiciones de vida, también propician el desarrollo de una ciudadanía más activa, utilizando el mecanismo de postulación colectiva como una forma de contribuir a la creación de capital social.

En este sentido van bastante más allá del clásico rol asistencial, centrado sólo en los efectos tangibles y materiales, buscando transformar el modo de relación que existe entre los ciudadanos y el estado, entre los propios ciudadanos, intentando fomentar la solidaridad y la cooperación, así como en el plano cultural la generación de un sentido de pertenencia o identidad, como por ejemplo los programas de pavimentos participativos o protección al patrimonio familiar.

El problema de los paradigmas en la Intervención Social

Para intentar hacer una reflexión sobre el tema de los paradigmas, voy a tomar dos programas, que aunque no son absolutamente opuestos en este sentido, si presentan importantes diferencias.

En primer lugar voy ha referirme al Programa Puente, el que sin lugar a dudas marca un hito por lo ambicioso que parecía el pretender sacar 225.000 familias de la extrema pobreza.

Precisamente, es aquí donde el programa tuvo su mayor fortaleza, ya que si logro incorporar a un número importante de familias a una red de prestaciones sociales, en un esfuerzo de coordinación de redes y subsidios “únicamente” estatales, lamentablemente, dejando fuera a las organizaciones de la sociedad civil. A pesar de lo ultimo “puede ser visto como un intento de trascender el mero reconocimiento formal de estos derechos para la población en situación de extrema pobreza”[5]

Pero, lo que me parece menos rescatable esta en la dimensión paradigmática, la que según mi criterio, no es la más democrática, o por lo menos en cuanto a estilo, sin duda hay razones para esto, por ejemplo puede haber influido su característica de ser un programa nacional, por lo tanto masivo, centrado en lo tangible, muy pragmático, que se aplico sin matices metodológicos en todo el territorio nacional.

Ya desde la utilización del tablero, como metodología estándar que pretende ser un elemento que reproduce lugares comunes de la vida cotidiana de las personas, es que el programa no hace mucho por ir en busca del encuentro en la diferencia, aplicando una misma visión de la comunidad a contextos absolutamente diferentes, ya que no es parecida una comunidad Aymará en el norte, una toma de terreno en Valparaíso y una caleta de pescadores en la región de Aysén.
Uno de los rasgos más llamativos, es que el programa surge agrupando los problemas solo en individual - familiar, no asume ni siquiera en el plano discursivo el tema de la distribución de ingresos como desafió de fondo, en esto aparece como una ingenuidad preocupante, lejos del ejemplo dado por metodologías como la educación popular de Paulo Freire que lucidamente plantea que “una conciencia crítica es característica de las sociedades que poseen una verdadera estructura democrática”[6].

El programa, en su dimensión técnica es bastante tradicional, se instala evaluando carencias más que visualizar las capacidades, de este modo la asimetría en la relación es evidente, se establece “una pedagogía no dialógica con marcados tintes conductistas”[7], donde la familia es castigada o premiada en consideración si ha cumplido un número determinado de compromisos, su énfasis esta mas que nada en que se asuma una determinada forma de relacionarse con los servicios públicos, la escuela, el consultorio, el municipio, etc.

Por otro lado han existido experiencias de intervenciones que se han establecido desde supuestos totalmente distintos, que asumen un paradigma democrático, donde por estilo la intervención es espacio de encuentro que reconoce y acepta la identidad del otro, y como técnica – practica se crea un espacio social de dialogo donde se establecen relaciones simétricas, en el supuesto que “el poder impide conversar, clausura la conversación y la simula con el test: el poder siempre pregunta y el otro polo tiene que responder”[8].

Por ejemplo las cuestionadas JOCAS, se basaban en un aprendizaje que deconstruia las formas acostumbradas de educarse, y paralelamente promovían la desplome de los tabúes en la medida que los grupos daban cuenta por su propio intercambio de ideas, el porqué no se podía conversar de sexualidad.

En comparación a modelos centrados únicamente en la transmisión de conocimientos y reglas de conducta, una perspectiva que se basa en el dialogo como lenguaje y vínculo tiene la ventaja de propiciar la auto-reflexión.

Este tipo de experiencias, en que las personas pueden incorporarse como los protagonistas, y no etiquetadas bajo la categoría de beneficiarios, casos, pacientes (siempre destinatarios pasivos), vigoriza elementos y dimensiones primordiales para el empoderamiento de las personas, grupos y comunidades, y el ejercicio de la ciudadanía activa en estas y otras dimensiones.
Por último y en lo relativo al ejercicio profesional, creo que este tipo de intervenciones, resisten mejor los cuestionamientos desde lo ético, aunque no sean absolutamente consistentes en cuanto a estilo y técnicas, nos permiten alejarnos o por lo menos cuestionarnos respecto de la violencia simbólica que podemos ejercer en nuestras intervenciones.

[1] GRYNSPAN, Rebeca, “Discurso con motivos del 50 Aniversario de FLACSO”, Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), Santiago de Chile, (2007).
[2] WOOLCOCK, Michael (1998), “Social Capital and Economic Development: Toward a Theoretical Synthesis and Policy Framework”, Theory and Society 27, Citado por: DURSTON, John, ¿Qué es el capital social comunitario? CEPAL-ECLAC, Santiago de Chile, (2000).
[3] GERTRUDE, Himmelfarb “La idea de la Pobreza. Inglaterra a principios de la era industrial”, Fondo de Cultura Económica, México, (1988).
[4] BOISIER, Sergio, “Desarrollo territorial y descentralización. El desarrollo en el lugar y en las manos de la gente”, Revista EURE (Vol. XXX, Nº 90), Santiago de Chile, ( 2004).
[5] RUZ, Miguel - PALMA, Julieta. “Análisis del proceso de elaboración e implementación del sistema chile solidario” (informe preliminar), Instituto de Asuntos Públicos, Universidad de Chile, Santiago de Chile, (2005).
[6] HEINZ-PETER, Gerhardt, “Paulo Freire”, Revista Perspectivas Nº23, UNESCO: Oficina Internacional de Educación, Paris - Francia (1993)
[7] DE LA JARA, Ana - VALVERDE, Francis – LE BLANC, Cecilia – BONEFOY, Monica – GUARDA, Francisca “Notas para el debate sobre el sistema chile solidario”, Asociación Chilena de Organismos No Gubernamentales – ACCION, Santiago - Chile (2002)
[8] ESPINA PRIETO, Mayra Paula, “Jesús Ibáñez: Hacia una red de resistencia profunda”, Utopìa y Praxis Latinoamericana Nº 12, Universidad del Zulia, Maracaibo, Venezuela (2007)