19/12/08

Acerca del concepto de problema social.

Si nos situamos en una postura crítica con la mirada representacionista de la realidad y con el conocimiento científico como herramienta de 'descubrimiento' de lo real, el socioconstruccionismo tendría bastante que aportar, ya que entre sus premisas rechaza que el conocimiento sea una percepción directa de la realidad.

Tal como señala Kennet Gergen "Los términos y las formas por medio de las que conseguimos la comprensión del mundo y de nosotros mismos son artefactos sociales, productos de intercambios situados histórica y culturalmente y que se dan entre personas”.[1]

Según este enfoque, el significado es visto como algo que procede de intercambios microsociales alojados en el seno de extensas pautas de vida cultural.

Esta corriente afirma que no hay modo en que la realidad pueda ser apreciada objetivamente. Plantea, a la inversa, que nuestras concepciones son primordialmente elaboradas socialmente, por medio del lenguaje, en intercambios comunicativos con otros. A decir de Tomas Ibáñez, “la realidad existe porque la hemos construido como tal, de manera colectiva, a través de un largo proceso histórico e íntimamente relacionado con nuestras características humanas”.[2]

Por lo tanto, el conocimiento científico es criticado por erigirse como conocimiento correcto y diáfano de la realidad y no mostrarse conforme a su “carácter construido, histórico, contingente y normalizador”.[3]

Los “problemas sociales” desde una perspectiva socioconstruccionista aparecerían entonces como un producto de procesos de enunciación colectiva, que se construyen como objetos por medio de prácticas y discursos en un marco socio histórico y cultural que da cabida a cierto tipo de construcciones y no otras. En este sentido “el conocimiento es intrínsecamente provisional, puesto que ninguna forma sociocultural es invariante”.[4]

Michael Foucault, realizo investigaciones exhaustivas acerca de cómo instituciones como las cárceles logran disponer una sucesión de discursos y prácticas, infundidas en entramados de relaciones de poder, que se manifiestan convenientes para cierto orden social.

La prisión además de privar de la libertad al “delincuente”, emerge como manera de cuantificar el castigo, proporcionalmente al grado de malestar que haya causado, por otra parte, justifica su existencia al tener una función benéfica, en términos de supuestamente actuar en la "transformación" del individuo, su corrección y re-educación.

Según este autor, estas características sustentan la legitimidad y vigencia de estas instituciones, ya que tienen coherencia lógica con los mecanismos que operan fuera del aparato judicial, y que se han definido como útiles para realizar operaciones relativas el comportamiento de los individuos en las relaciones de saber – poder; se trata pues, de "formar en torno a ellos todo un aparato de observación, de registro y de notaciones, construir sobre ellos un saber que se acumula y se centraliza".[5]

En esta lógica, explica cómo las disciplinas "psi" (esto es, psicología, psiquiatría, psicoterapia...) han sido decisivas en la comprensión contemporánea sobre el ser humano dado las narrativas y el vocabulario que desarrollan.
Así pues, Foucault utiliza la perspectiva histórica para socavar las justificaciones del orden actual de las cosas, rastrea los comienzos históricos de nuestros valores frente a la naturalización de su origen.

Por ejemplo al desarrollar la historia del discurso psiquiátrico sobre la locura, señala”...Si se toma un saber como la psiquiatría, ¿no será mucho más fácil resolver la cuestión, en la medida en que el perfil epistemológico de la psiquiatría es bajo y que la práctica psiquiátrica está ligada a toda una serie de instituciones, exigencias económicas inmediatas y urgencias políticas de regulación social? ¿Acaso en el caso de una ciencia tan dudosa como la psiquiatría no se puede captar de un modo mucho más cierto el encabalgamiento de los efectos de poder y saber?”.[6]

Su intención, para desvelar las relaciones entre poder y saber, es mostrar cómo el saber psiquiátrico se genera a posteriori para respaldar y escudar una práctica de dominación previa.

En base a lo planteado anteriormente, es posible apreciar como una serie de conocimientos disciplinarios, socialmente validados, emergen como actividades que tienen la función de proveer a la sociedad de un grupo de personas entrenadas y con credenciales, que son definidas como poseedoras de una competencia para la administración de personas, de relaciones interpersonales y la capacidad de manejo racional y sistemático de recursos en la vida social.

Si recurrimos al ejemplo de un “problema social” concreto, como el consumo de drogas, podemos apreciar que, a pesar de sus orígenes morales e ideológicos, la prohibición de cierto tipo de substancias ha intentado encontrar sustento en la ciencia y la medicina, utilizando su prestigio social y de su vinculación con la autoridad para así tener una base de apoyo sólida que mitigue estos componentes.

Según Thomas Szasz “el llamado problema de la droga, o drogadicción, o farmacodependencia, o abuso de drogas fue una creación del siglo XX con la promulgación de las primeras leyes antidrogas, y la inclusión del uso de ciertas drogas en la lista oficial de trastornos mentales de la Asociación Psiquiátrica Americana”.[7]

A nivel mundial, las políticas de prohibición han realzado a la categoría de dogma un planteamiento que resulta discutible, según el cual es las drogas son malas en si.
Tal premisa para algunos es incuestionable y a partir de ella se genera todo un aparato discursivo que la sostiene. La ciencia entonces, tiene que ser el pilar básico que sostiene el andamiaje prohibicionista desde una autoridad, la científica, incontestable para el resto de la sociedad.

Según Alessandro Baratta, para realizar esto, se ha realizado una generalización de hechos de baja incidencia que son presentados como si del general del consumo de las drogas se tratara, especialmente aquellos que tienen relación con el crimen, la dependencia y el alienamiento o marginación social de algunos consumidores”.[8]

De esta manera, y en una operación discursiva de la mayor trascendencia, se logra asociar a todo usuario de drogas con un adicto. Es decir, no se reconoce o se invisibiliza al usuario no problemático, ocasional o recreativo. Siguiendo con esta lógica reduccionista, todo uso de una sustancia ilegal es malo, conducta desviada, un atentado contra el individuo que lo efectúa al tiempo que contra la sociedad.

En términos más generales, se puede visualizar que las formas de construcción propias de la retórica científica producen objetos, sujetos, prácticas y subjetividades que, por ser avalados por las redes de poder donde opera la institución académica, son difíciles de cuestionar.

Asimismo, el conocimiento que se produce en este ámbito sirve para delimitar, describir, observar, medir, en fin, construir los problemas sociales, proceso que va paralelo a la profesionalización de la intervención social, por medio de técnicas avaladas en los desarrollos científicos, y que se utiliza para incidir en estos problemas.

Por otro lado, una de las consecuencias de la imposición de retóricas de verdad propias de la actividad científica es la construcción de identidades y de colectivos definidos como desviados. De esta manera se conforman situaciones y colectivos (como, delincuentes, locos, drogadictos, etc.) como problemáticos en el marco de unas relaciones sociales permeadas por el binomio de poder y saber.

Así, la intervención en el ámbito del Estado moderno ayuda a su estabilidad, ya que este tipo de intervención social tiene efectos de control de desviaciones y de conducción de las resistencias sociales, cumpliendo con el encargo social del “Estado Terapéutico”, sucesor del “Estado Teológico”.[9]

Siguiendo los estudios teóricos de Michael Foucault, el filósofo Gilles Deleuze afirma que las sociedades contemporáneas ya no son regidas exclusivamente por las disciplinas, sino que hemos ingresado en una “etapa de control continuo, en donde las comunicaciones instantáneas cumplen un rol preponderante”.[10]

Así habría perdido importancia la vigilancia constante que se da en instituciones como la familia, la escuela, el cuartel, la fábrica, ocasionalmente el hospital, y eventualmente la prisión, que son características de la sociedad disciplinaria.

Uno de los rasgos de este tipo de sociedad que aun persiste, es el rol asignado a las disciplinas científicas, que Foucault describe como de “jueces de normalidad”, en este sentido la principal contribución del socioconstruccionismo esta en develar la pretensión de objetividad de posturas paradigmáticas que justifican, y son utilizadas para imponer una supuesta “normativa universal”, sometiendo a ella el cuerpo, los gestos, los comportamientos, las conductas, las actitudes, las prestaciones”.[11]

[1] Gergen, Kenneth. (1994) “Realidades y Relaciones: Aproximaciones a la Construcción Social”. Barcelona: Paidós (1996).
[2] Ibáñez, Tomas. (1994). “Psicología Social Construccionista”. México: Universidad de Guadalajara.
[3] Ibáñez, Tomas. (1991) “Social Psychology and the Rhetoric of Truth. Theory and psychology”, Vol.(2) (187 – 201).
[4] Ibáñez, Tomas. (1992) “La Construcción del Conocimiento desde una Perspectiva Socioconstruccionista” - Ponencia Presentada el Congreso Iberoamericano de Psicología. Madrid.
[5] Foucault, Michael. (1975) “Vigilar y Castigar - Nacimiento de la prisión”. Madrid: Siglo XXI Editores. (6ta Edición en España, 1988).
[6] Foucault, Michael. (1992). “Verdad y Poder en Microfísica del poder", La Piqueta, Madrid 1992.
[7] Szasz, Thomas. (1961). “El Mito de la Enfermedad Mental”, 2nd Edition. New York: Harper & Row.
[8] Baratta, Alessandro. (1991) “Introducción a una Sociología de la Droga. En ¿Legalizar las drogas? Criterios Técnicos para el Debate”, 49-55.Ed. Popular, Madrid,
[9] Szasz, Thomas, (1992) “El Segundo Pecado - Reflexiones de un Iconoclasta”, Editorial Alcor, Barcelona. pp. 153.
[10] Deleuze, Gilles. (1995), “Conversaciones. 1972-1990 – Post Scriptum sobre las Sociedades de Control”, Éditions de Minuit, París.
[11] Foucault, Michael. (1975) “Vigilar y Castigar. Nacimiento de la Prisión”, Op. Cit. Nº 5.

11/12/08

LOS PELIGROS DE LA OBEDIENCIA

Hasta los años 60, la psicología social se basó fundamentalmente en experimentos para entender la forma de funcionamiento de las personas en un entorno social, era casi impensable que no fuese de este modo. Hoy esta forma de investigar está bastante cuestionada, el positivismo, la contrastación empírica, son conceptos que para algunos tienen una carga valórica negativa.

Más allá de estos cuestionamientos, durante esta época autores como Salomón Asch, Muzafer Sherif y Stanley Milgram, dejaron una importante marca en la disciplina, y realizaron notables hallazgos en su búsqueda por entender el comportamiento de los seres humanos en su dimensión social.

Esta disciplina científica sostiene que existen fenómenos supraindividuales. Uno de sus precursores, Gustave Le Bon planteo la existencia de lo que denomino “la masa psicológica”, esta seria “un ser provisional compuesto de elementos heterogéneos, soldados por un instante, exactamente como las células de un cuerpo vivo forman por su reunión un nuevo ser, que muestra caracteres muy diferentes de los que cada una de tales células posee[1]”.

Este fenómeno seria tan poderoso que, “no es solamente por sus acciones que un individuo en una masa se diferencia esencialmente de si mismo, sino que incluso antes de perder completamente su independencia, sus ideas y sus sentimientos ha sufrido una transformación; y esta transformación es tan profunda que es capaz de cambiar al avaro en un despilfarrador, a un escéptico en un creyente, a la persona honesta en un criminal, y al cobarde en un héroe[2]”.

Para Freud, el mecanismo que operaba era distinto, el sostenía que las pulsiones individuales se sumarían creando o un lazo social, de modo que “el individuo que entra a formar parte de una multitud se sitúa en condiciones que le permiten suprimir las represiones de sus tendencias inconscientes, los caracteres aparentemente nuevos que entonces manifiesta son preci­samente exteriorizaciones de lo inconsciente individual[3].

Ahora bien, no es necesario hacer una revisión muy exhaustiva a la historia del siglo XX, para encontrar varios regímenes políticos que claramente atentaron contra los más esenciales derechos, y aún así contaron con el apoyo de la mayor parte de la sociedad.

Para intentar comprender algunos de los factores que incidieron en esto, es que este ensayo, se centrara esencialmente en reflexionar sobre lo ocurrido en Alemania durante el periodo del nacionalsocialismo.

Basta realizar una breve revisión del periodo, para verificar el grado de alienación colectiva, política o social de individuos que hicieron auténticas atrocidades, perdiendo todo referente racional para acatar los planteamientos de la ideología y las consignas de conducta decretadas por el líder, por irracionales que fuesen.

Si excluimos la dimensión grupal o social del ser humano, no nos quedaría otra opción que pensar que los alemanes de esa época, eran personas malvadas o afectadas de una patología como puede ser el trastorno antisocial, por ejemplo, que presenta un patrón de desprecio y violación de los derechos de los demás en grado superlativo.

Pero según múltiples autores, esto no era así, más aun, estas personas, en su generalidad, que eran padres y madres de familias, tal como hacemos actualmente, atendían lo señalado por quienes eran sus referentes, ya sean estos, hombres de ciencia, intelectuales, políticos, artistas, etc.
Hannah Arendt, señala que “no hay diferencia ontológica entre los perpetradores y nosotros, también hombres corrientes y superfluos, con nuestros “valores” y “virtudes”. Se trata de personas “obedientes” que cumplían con la ley y que se limitaron a cumplir órdenes[4].

Tenemos un ejemplo en Adolf Eichmann que fue procesado por los crímenes contra la humanidad realizados bajo el gobierno nazi, un padre de familia tradicional, que en toda ocasión que se le cuestionaba por las causas de su proceder, él alegaba: “Cumplía órdenes”, el explico que al ver a la plana mayor del régimen nazi, discutir los pormenores de la solución final al problema judío, señala que sintió “algo parecido a lo que debió sentir Poncio Pilatos, ya que me sentí libre de toda culpa[5]."

Rudolph Hess, otro importante colaborador del régimen nazi afirmó ante un tribunal internacional: “No estoy loco, mi cabeza funciona. Quiero subrayar el hecho de que reconozco mi plena responsabilidad por cuanto he hecho o firmado como signatario o cosignatario”, también asevero que era un patriota al servicio de su país y no se sentía arrepentido de “haber servido al hombre más importante que había nacido en tierras alemanas en los últimos mil años[6]”.

Hannah Arendt, refiriéndose a Eichmann, habló de la “banalidad del mal”. Así, expone Rüdiger Safranski[7], la autora pretendió especificar aquella forma comercial, burocrática con que personajes de extraordinaria normalidad mantuvieron en movimiento el aparato de aniquilación. El modelo industrial-burocrático de una empresa de asesinar y el “mandato superior”, dieron el contexto para que este ciudadano corriente mantuviese una su conciencia tranquila.

Esto explica Enzo Traverso[8] al profundizar en los escritos de Kafka como una metáfora, del proceso de exterminio de los judíos en Europa. Kafka sostiene, al igual que Max Weber, que el poder es una especie de jaula de hierro[9] que aprisiona a los individuos como en un laberinto[10].

Safrinski no está conforme con el término “banal” que emplea Arendt para referirse a estos mandatos superiores. Sobre este asunto, Enzo Traverzo sostiene que conforme la línea de pensamiento de Arendt, aceptar la banalidad del mal no implica trivializar la gravedad de estos crimenes[11].

Todo lo opuesto, eso lo hacía aún más monstruoso, ya que había sido efectuado por personas “normales”, ni crueles, ni sádicas, ni enfermas. Lo banal no era el genocidio, sino la naturaleza de los que lo ejecutaron. Esta banalidad tenía relacion con la ausencia, de algún grado de cuestionamiento por parte de estas personas, al cometer uno de los crímenes más espeluznantes de la historia de la humanidad.

¿Por qué somos capaces de estas conductas? ¿Qué habilidades debemos manejar para actuar como entes racionales y no como androides al servicio de intereses supuestamente superiores?
Esto nos conduce de forma evidente a las investigaciones de Milgram, y el llamado estado de agente[12], en el concepto de que el individuo es un agente ejecutivo de una autoridad que él razona como legitimada. Así, cuando un sujeto es parte integrante de una estructura jerárquica establecida, le es posible traspasar completamente el compromiso y/o responsabilidad de sus actuaciones en quienes se ubican en una jerarquía superior de poder.

También es necesario considerar que la estructura social suele generar una adscripción a la norma muy potente en las sociedades occidentales, la de la subordinación a la autoridad legítima. ¿Cómo son catalogados quiénes rechazan los planteamientos de la “autoridad” , ya sea esta científica, institucional, política, etc.?

Dado esto, para generar acatamiento, la autoridad debe estar legitimada. En el caso de Alemania, la potestad de Hitler fue legitimada por el pueblo alemán ajustándose a la legalidad de la época.
Así este simple cabo de ejército, con su capacidad demagógica, y en un contexto idóneo, consiguió convencer a un pueblo - que inmerso en la pobreza y la frustración que género el tratado de Versalles - de que era la mejor opción para el futuro.

Aunque esta, eventualmente podría ser una respuesta justificatoria de esa “sumisión ciega”, igualmente corresponde considerar la norma social instituida de “no hacer daños a otros”, la que en el experimento de Milgram, genero mucha ansiedad en los sujetos.
Así, esto hace que cuando la víctima se ubica cara a su verdugo, éste se vea reflejado en ella y su “obediencia a la autoridad” se vea reducida, permitiendo que este se haga más consciente de sus actos, acrecentando su sentido de “responsabilidad social”.

En tiempos del nazismo, prevaleció la sujeción a la autoridad por sobre de la responsabilidad social, se suplanto la responsabilidad moral por la “responsabilidad técnica”[13] en un ambiente en el que la identidad individual se vio degradada a favor de la identidad grupal, se estigmatizo lo diverso y se valorizo la homogeneidad.

Se articulo un sistema de tal forma, que una serie de funcionarios estuvo a cargo de una tarea distinta en el sistema de la aniquilación: insertar a los condenados en las cámaras - activar en funcionamiento del gas venenoso - transportar de los cadáveres a los hornos crematorios. De esta forma, el que cada uno tenga una función muy específica contribuye a la disolución de la responsabilidad, sin mayores cuestionamientos sobre la finalidad de sus acciones individuales.
Para Adorno y Horkheimer, el campo de exterminio de Auschwitz, es la cúspide de la ilustración, concebida como instrumentalización de la razón, justamente porque consiste en la organización racional, científica, de la muerte.[14]

Estos sucesos hacen que se forjen nuevos símbolos críticos de la modernidad occidental, nos revelan su carácter paradójico, de modo que razón y ciencia no evitan barbaries de tal magnitud, presentándonos sus límites.

Para Bauman, este suceso solo se hizo posible en nuestros tiempos, porque fue gestado en esta sociedad y cultura, no en otras. Absolutamente planificado, organizado, impersonalizado, burocratizado y tecnologizado. [15]

En definitiva, por medio del uso de todas las nuevas tecnologías que teóricamente, la humanidad crea para conquistar una mayor prosperidad.

[1] Le Bon, Gustave, “Psicología de la Multitudes”, Editorial Albatros, Buenos Aires, Argentina. (1952)
[2] Le Bon, Gustave, “Psicología de las Masas - Estudio sobre la Psicología de las Multitudes”, Editorial Morata. Madrid. España (1981).
[3] Freud, Sigmund. Psicología de las Masas y Análisis del Yo, Y otras obras. Tomo XVIII. Amorrortu Editores. Buenos Aires. Argentina. (1985)
[4] Hannah Arendt, “Eichmann en Jerusalén: un estudio sobre la banalidad del mal”, Ed. Lumen, 2ª edición, traducción de Carlos Ribalta, Barcelona, España. (1999).
[5] Hannah Arendt, Op. Cit. Nº4.
[6] Hess, Rudolph, Declaraciones ante El Tribunal Militar Internacional de Nuremberg (1945-1946)
[7] Safranski, Rüdiger. “El mal o el drama de la libertad”. Barcelona, Ed. Tusquets. (2000). Pág. 242.
[8] Traverzo, Enzo. “La historia desgarrada”. Barcelona Ed. Herder.(2001). Pág. 37.
[9] Weber, Max, “El Político y el Científico” Alianza editorial, Madrid, España. (1969).
[10] Según Cousiño, Carlos “Hay una semejanza importante entre Weber y el libro más conocido de Kafka, La metamorfosis”, para el “es evidente que esa imagen pies arriba, atrapado por esa caparazón, es la imagen weberiana de “la jaula de hierro”, de ese hombre que está absolutamente desesperado porque no puede deshacerse de una caparazón que no es de él, y con la cual se despertó.”
* Citado de la Revista Nº 78 del Centro de Estudios Públicos (CEP – Chile) – 1998.
[11] Traverzo, Enzo. “La Historia Desgarrada”, Op. Cit. Nº 8. Pág. 105.
[12] Milgram, Stanley “Obediencia a la autoridad. Un punto de vista experimental”, Editorial Desclee de Brouwer S. A., Bilbao. España. (1973),
[13] Bauman Zigmunt , “Modernidad y Holocausto”. Maos Print, España. (1997)
[14] Horkheimer; M. Y Adorno, T. W. “Dialéctica del Iluminismo”, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, Argentina (1960)
[15] Bauman Zigmunt , “Modernidad y Holocausto”. Op. Cit. Nº 13.