19/1/09

Postmodernidad y el Yo Saturado.

Desde que la humanidad superara su minoría de edad, al empezar servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro (Kant. 1964), en tiempos de la Ilustración hasta la fecha, se han producido muchas transformaciones en un periodo bastante breve. Emergieron fuertes ideas y tendencias, las que comenzaron a dirigir el rumbo de la civilización, desde la fe en la razón, la explosiva industrialización, el auge de la ciencia, la sociedad de consumo y la explosión de las tecnologías de la información, por nombrar algunas. Han derivado de una Modernidad a una Postmodernidad, que tendría como característica en palabras de Lyotard “la incredulidad con respecto a los metarrelatos" (Lyotard. 1992).
Las ciencias sociales, como observadores y actores relevantes en el seguimiento de estos cambios, han elaborado una serie de críticas, orientaciones y sensaciones en relación a la sociedad y sus bifurcaciones.
Desde el mundo intelectual, uno de los puntos de origen, de lo que actualmente denominamos postmodernidad, esta en el giro lingüístico.

Según Rafael Echeverría, este proceso ha sido llamado así, pues el lenguaje pareciera haber tomado el lugar de privilegio que, por siglos, ocupara la razón (Echeverría 1994: 27). Este cambio de importancia en el papel de lenguaje se inicia con Nietzsche, continúa con Wittgenstein, sigue con Austin y luego con Searle.
De este modo, desde la muerte del fundacionalismo y la representatividad del lenguaje; donde la palabra no designa la verdad del mundo, sino que la palabra genera el mundo, lo que abre el camino a múltiples realidades que pueden ser interpretadas y construidas de la realidad.
Gergen, plantea que en la actualidad, en un mundo en que coexisten infinitas realidades paralelas y entrecruzadas, se están modificando la forma en que concebíamos la existencia, y a nosotros mismo.
Para ser más preciso, el autor describe tres etapas históricas, que se corresponden con un formato del Yo.

El yo romántico

Este, se refiere a los valores que predominan en los siglos XVIII y XIX, caracterizada por una exacerbación de la vivencia interior, del amor, de la pasión, la religión, la moral y el misticismo.
Para el romántico, el dominio más trascendental del funcionar humano, distinguido como “interioridad oculta” (Gergen K. 1992: 42), que estaba más allá del alcance inmediato de la conciencia. Aquí se habían de localizar las facultades esenciales de la pasión, la inspiración, la creatividad, el genio y, como algunos creían, la locura.
En el centro de esa interioridad oculta estaba el alma o el espíritu humano, relacionado por un lado con la fe (por consecuencia tocado por un elemento divino), y por el otro enraizado en la naturaleza (por consiguiente manifestando la fuerza instintiva). Lo que es más importante, en el seno de esa interioridad oculta se habrían de encontrar los valores inherentes o los sentimientos morales: orientación para una vida loable, inspiración para las obras virtuosas, recursos para resistir la tentación y fundamentos naturalizados para las formulaciones filosóficas y religiosas del bien.
Tal como lo expresara elogiosamente Shelley, “la esencia, la vitalidad de las acciones, deriva su colorido de aquello a lo que en absoluto se contribuye desde una fuente externa. Las propensiones benevolentes son... inherentes al espíritu humano. Estamos impelidos a buscar la felicidad de los demás” (Mcelderry .1967: 79).
“Es un vocabulario de la pasión, de la finalidad, de la profundidad y de la importancia del individuo (…) genera admiración respetuosa de los héroes, los genios y las obras inspiradas. Sitúa al amor en el proscenio de los empeños humanos y alaba a quienes renuncian a lo “útil” y lo “funcional” en aras de sus semejantes”. (Gergen. 1992: 50)

Sigmund Freud y la transición.

Dentro de los grandes desafíos que se plantean en el ámbito sociológico, está el planteamiento freudiano (siglo XIX-XX) que explica cómo el comportamiento que nos parece extraño e irracional (dentro del contexto romántico, podríamos hablar de lo misterioso, o de lo no-tangible que nos mueve) es explicable, a través de la ciencia. La misma ciencia que vendría a ser el supuesto y base del iluminismo y de lo que sería la modernidad.
El llamado Padre del Psicoanálisis postula que toda acción es comprensible si se logra entender que "gran parte de la mente del individuo opera a un nivel inconsciente" (Wallerstein. 1999: 25), y dando a las pasiones obscuras, formas modernas como el cuasi-biológico termino de impulsos libidinales. (Gergen 1992:50)
La racionalidad formal, postulada por Max Weber y reafirmada por Emile Durkheim, ambos sociólogos, contemporáneos de Freud e hijos del iluminismo, tiene su primera ruptura frente a esta premisa: el opuesto, desaparece, pues lo irracional (ese mundo de los sueños o el comportamiento inconsciente) es sensato, desde el individuo que lo vive.
La relevancia no reside en el hecho de que haya o no, discutido la esencia de la racionalidad que ya empezaba a vivir, desde lo irracional y -supuestamente- no-explicable. Lo que importa es que empezó a equipararlos, a interpretar uno en función del otro. Fue Sigmund Freud quien, a través de la metapsicología y el psicoanálisis, comenzó a introducirnos en un mundo que se regiría a partir de la modernidad y el raciocinio.

El yo moderno

A medida que la cultura occidental entra en el siglo XX, la concepción romántica del ser moral fue perdiendo su ascendencia sobre la imaginación intelectual. No sólo resultaba difícil reconciliar el enfoque romántico del interior profundo con el darwinismo, el cientificismo y la envergadura de la conciencia social, sino que la concepción romántica de sentimientos morales universales o fundamentales también demostró ser poco convincente.
Desde cierta óptica, el tiro de gracia para la ética romántica se reservó para bien adentrado el siglo XX. De los diversos movimientos que afirmaban la probidad trascendental en asuntos de bien humano o superioridad moral, dos de los más francos fueron el comunismo y el nazismo (Gergen 1996: 88).
El Yo Moderno, da un giro desde el corazón hacia la razón, el ser humano posee, ahora, una fe ante la racionalidad, el progreso y la ciencia, como el horizonte al que se debe orientar y la clave de la sobreviviencia, que asemeja el hombre a las máquinas.
“La racionalidad, la observación, el progreso y los elementos esenciales- leitmotiv todos ellos del modernismo eran afines a la imagen, cada vez más prevalerte y potente, de la máquina”. (Gergen 1992:60)

El yo postmoderno

En la actualidad, llegamos, a un momento histórico en el que las dos visiones han confluido, algunos se atreven a decir que se anulan, otros que se transforman y mantienen. Al parecer, es el eclecticismo quien reina, por lo tanto ambas visiones del yo entran a jugar dentro de una producción a partir de la utilidad y pertinencia, que cada sujeto juzgue que tengan.
De este origen dicotómico, emerge este postmoderno, “yo saturado”, un personaje que se ve envuelto en situaciones insospechadas para los idealistas románticos y para los confiados modernos.
Así, se nos describen tres procesos envolventes y agobiantes: su saturación, su colonización y su multifrenia.
La Saturación del Yo, se refiere al efecto psicosocial que tiene el progreso tecnológico en la vida actual. El yo se ve inmerso en una multiplicidad de relaciones, que otorgan infinitas posibilidades de comunicación, en situaciones que trascienden el espacio/tiempo.
“Por obra de las tecnologías de este siglo, aumentan continuamente la cantidad y variedad de las relaciones que entablamos, la frecuencia potencial de nuestros contactos humanos, la intensidad expresada en dichas relaciones y su duración. Y cuando este aumento se torna extremo, llegamos a un estado de saturación social”. (Gergen. 1992: 92)
La multiplicación de las relaciones personales produce una saturación social, un “yo saturado”.
Desde el ferrocarril, servicios postales, automóviles, radio, cine y libros (tecnología de bajo nivel) hasta rumbos aéreos, computadores, Internet y la digitalización de todos los medios de comunicación importantes (alto nivel).
Van transformando el tejido social, de manera, que se multiplican las relaciones, la persona se ve sujeta a nuevas formas de vida, donde emergen nuevas claves de relación y se intensifican, emocionalmente, los intercambios. El tiempo es acelerado y el espacio está superpoblado.
Esta cuestión ya fue señalada por los teóricos del rol, en especial por Goffman (1959), quien llegó a considerar el yo como un producto de los roles desempeñados, sin que suponga ninguna instancia que recoja el poso global y estable que pueden dejar los diversos personajes representados y estando la coherencia necesaria limitada al marco concreto de cada interacción.
Estos comportamientos podrían ser hasta incompatibles entre sí, lo que dificultaría la posibilidad de que el individuo construyera un relato de sí mínimamente coherente.
La Colonización del Yo, refiere al fenómeno en que el yo, está impregnado de voces interiores y de dilemas por las diversas soluciones que se presentan a los problemas. El yo está en la constante incerteza de si tomó la decisión correcta. Todo va tan rápido, que la persona debe estar atenta, si no alerta, de que en cada momento va a ser atacada por esta ola de voces que le signan que hacer y que no.
“A medida que la saturación social va instigando la colonización del ser propio, cada impulso tendiente a conformar la identidad es sometido a un cuestionamiento creciente: el público interior lo encuentra absurdo, superficial, limitado o deficiente.” (Gergen 1992: 106)
Estas influencias ambientales, tienen un correlato fenomenológico en cada persona. Gergen refiere al término multifrenia, como una escisión del Yo ante la multiplicidad ilimitada que vivencia.
“Término que designa la escisión del individuo en una multiplicidad de investiduras de su yo. Este estado es resultado de la colonización del yo y de los afanes de éste por sacar partido de las posibilidades que le ofrecen las tecnologías de la relación”. (Gergen 1992: 106)
En la forma actual del Yo Saturado, aún cohabitan los resabios del Romanticismo y del Modernismo. Se encuentra ante la disyuntiva de la primacía del corazón, de la razón o de la saturación.

La identidad personal en la postmodernidad.

Como se ha visto, en la actualidad diferentes autores que han cuestionado la posibilidad de una identidad personal en la época actual, la disolución de la misma se relacionaría, por un lado, con problemas para conseguir una coherencia y unidad en las diferentes facetas de la persona y, por otro, con problemas para mantener la continuidad del sujeto.
Así, una de las características de la vida social actual es la multiplicación de las posibilidades de ser, ya que nuestra sociedad de la información pone a nuestra disposición el conocimiento de formas de vida muy diferentes a las que podríamos conocer de modo directo en nuestra interacción cotidiana.
Esta información es adaptativa en la medida en que la propia vida social nos exige cada vez más actuar en situaciones muy diferenciadas entre sí, fruto de la fragmentación de la realidad, en relaciones con cada vez mayor número de personas.
Esto puede dar lugar para Gergen a una “personalidad pastiche”, a un camaleón social que toma prestados retazos de identidad y los adecua a una situación determinada, sin ninguna sensación de culpabilidad por la violación de una supuesta esencia a la que haya de ser fiel. Como consecuencia, el yo se puede convertir en una serie de manifestaciones relacionales que ocuparían el lugar del yo individual.
Sin embargo, existe una diferencia importante entre celebrar la disolución de la identidad en la complejidad de la vida social y demandar unas identidades complejas, abiertas, pero identidades al fin y al cabo. Así, Haraway no pretende la disolución de la identidad como liberación de la dominación ejercida sobre la mujer, sino la renuncia a los mitos de origen, alienantes por definición, y la constitución de las mujeres como “cyborgs” que rescriben su vida. (Haraway.1991)
Otro aspecto a considerar, se relaciona con la dificultad de mantener una continuidad en la propia identidad en tiempos de cambio acelerado.
Las relaciones personales, se dice, tienen cada vez una menor duración, al estar sometidas a tensiones derivadas de la primacía de la individualidad. Igualmente, los vínculos familiares en muchos casos se están complejizando, fruto de las separaciones y los nuevos emparejamientos, así como de las dependencias de múltiples parejas.
La identidad laboral sufre por la inestabilidad en el puesto de trabajo y los consiguientes cambios en el empleo y en las trayectorias laborales. Familia y trabajo han sido las principales fuentes de esa ficción de estabilidad en la identidad que hemos descrito más arriba. Su desestabilización trastorna profundamente el sentido de identidad de los sujetos, en la medida en que dificulta el mantenimiento de una autonarración que sostenga la unidad del sujeto y de sus experiencias a lo largo del tiempo.
En este sentido, Sennett analiza la cada vez mayor falta de relaciones humanas sostenidas. Como consecuencia, desaparece el compromiso, los propósitos sostenidos, incluso el hecho de tener que dar cuenta de uno mismo, todo lo cual conduciria a la “corrosión del carácter”. (Sennett. 1998)
Si tenemos en cuenta que la identidad, desde la tradición interaccionista simbólica, se constituye en buena medida desde los otros no cabe duda de que esto supone un cuestionamiento importante de la posibilidad de continuidad (Shotter, 1989).

Reflexión final

De lo que no cabe duda es que la crítica a la noción de sujeto que se ha realizado desde todas estas instancias nos tiene que llevar a una concepción de la identidad personal no esencialista, sino más bien como construcciones discursivas autorreferidas y situadas en un contexto de interacción social, pues la identidad se construye necesariamente desde los otros, en y para las demandas que presentan las diferentes interacciones en las que estamos inmersos.
Por eso, la identidad personal está sujeta a transformaciones, matizaciones, etc., que no cuestionan el autorreconocimiento del sujeto, en la medida en que éste pueda establecer su derecho a mantener tal tipo de identidad en función de las convenciones sociales.
Pero, además de los problemas que presenta, cabe también preguntarse si esta disolución de la identidad tendría alguna consecuencia positiva para los seres humanos o para la vida social.


1. Immanuel Kant (1964) ¿Qué es Ilustración? en Filosofía de la Historia, Ed. Nova. Buenos Aires. Argentina.
2. Lyotard, Jean F. (1992). La condición posmoderna", Editorial Planeta-Agostini, Barcelona, España.
3. Echeverría, Rafael (1994), Ontología del Lenguaje, Dolmen, Santiago, Chile. Pág. 27.
4. Gergen, Kenneth J. (1992) “El Yo Saturado. Dilemas de Identidad en el Mundo Contemporáneo”. Editorial Paidós. Barcelona, España. Pp 42.
5. Mcelderry, Bruce R. (1967) Shelley's Critical Prose, Lincoln, University of Nebraska Press.
6. Sigmund Freud, citado por: Wallerstein, Inmanuel (1999), “El legado de la sociología, la promesa de la ciencia social”. Editorial Nueva Sociedad. Caracas. Venezuela. pp.25
7. Gergen, Kenneth J. (1996), “Realidades y Relaciones: Aproximaciones a la Construcción Social”, Paidos Ibérica, S.A., Ediciones. pp.88.
8. Goffman, E. (1959). The presentation of self in everyday life. Garden City: doubleday Anchor Books.
9. Haraway, D.J. (1991). Simians, cyborgs and women. New York: Routledge.
10. Sennett, R. (1998). The corrosion of character: the personal consequences of work in the new capitalism. New York: W.W. Norton.
11. Shotter, J. (1989). El papel de lo imaginario en la construcción de la vida social. En T. Ibáñez (Ed.), El conocimiento de la realidad social (pp. 135-155). Barcelona: Sendai.