17/4/09

SOBRE LA DIFERENCIA SEXUAL Y EL CONCEPTO DE GÉNERO

En la década de los setenta el feminismo académico de origen anglosajón fue uno de los principales impulsores del termino genero (gender) con la pretensión de establecer una diferencia entre la biología, y las construcciones sociales y culturales (Lamas, 1986: 173-198)[1].


De este como, con el término sexo, se hace referencia a la base biológica de las diferencias entre hombres y mujeres; es decir, diferencias hormonales, genitales y fenotípicas.
Por otra parte, el concepto de género, se emplea “para referirse a la construcción sociocultural de los comportamientos, actitudes y sentimientos de hombres y mujeres”[2].

La determinación biológica del sexo.

La biología como ciencia ha desarrollado un conjunto de categorías y conceptos con propósito de explicar en detalle cómo el sistema fisiológico, los circuitos neurológicos, el mapa genético y la anatomía humana definen no sólo la diferenciación sexual sino también la identidad de género.
Disponiendo de un amplio marco teórico con una acuciosa práctica en el laboratorio, un número significativo de investigadores y especialistas en el tema de la diferencia sexual se han propuesto describir las bases biológicas las cuales, subyacerían a procesos involucrados en la definición del carácter y las motivaciones de hombres y mujeres[3].
Según la biología contemporánea, la diferencia sexual, en la especie humana viene determinada por la diferencia en el par de cromosomas veintitrés, identificado como XX en las mujeres y XY en los varones. Como cada gameto tiene sólo la mitad de la dotación genética, los espermatozoides de un varón difieren entre sí al cincuenta por ciento en el contenido genético del cromosoma veintitrés.
Cuando el óvulo femenino es fecundado por un espermatozoide con la dotación X el zigoto desarrolla caracteres femeninos; si la dotación es del tipo Y, el zigoto desarrolla caracteres masculinos[4].
Así, en el discurso científico biológico, se atribuye a las diferencias hormonales de varones y mujeres las diferencias de su comportamiento: "lo que nos da un cerebro macho o hembra (...) no es cuestión de genes, sino de las hormonas a las que nuestros cerebros en estado embrionario han estado expuestos en el vientre materno"[5]

Psicología evolutiva y género.

La psicología evolutiva también se ha interesado por describir las estructuras cognitivas o mentales que definen la identidad de género. Las investigaciones llevadas a cabo en esta disciplina sugieren la existencia de estructuras mentales de origen antiquísimo que subyacen a los diferentes estilos cognitivos y de conducta entre hombres y mujeres.
Neurólogos suelen estar de acuerdo acerca de la superioridad femenina en las tareas verbales y la superioridad masculina en las tareas visuoespaciales, siendo estas diferencias evidentes desde la infancia aunque se acentúan a partir de la pubertad (Narbona, 1989)[6]. Por otra parte, se señala, que los hombres tienen un mejor desempeño en las matemáticas y una pobre ejecución en habilidad verbal. (Hyde, 1996). [7]
Actualmente, se está desarrollando una serie de líneas de investigación que basadas en las anteriores sugieren que las diferencias en los modelos cognitivos entre uno y otro sexo surgieron porque resultaron ser ventajosas desde el punto de vista evolutivo, y su significado evolutivo reside probablemente en un pasado muy lejano (Gil-Verona, 2002)[8].
A lo largo de los millones de años que duró la evolución de las características de nuestro cerebro, el hombre vivía en grupos de cazadores-recolectores. En una sociedad así, la división del trabajo entre los sexos debería ser tajante, la caza y ciertas técnicas agrícolas, en particular arar, se atribuyeron a los hombres debido a su mayor fortaleza y tamaño. Tal especialización habría impuesto diferentes presiones de selección entre hombres y mujeres; aquéllos necesitarían encontrar caminos a través de largas distancias y habilidad para acertar a un blanco, las mujeres precisarían orientarse sólo en cortos recorridos, capacidad motriz fina y discriminación perceptiva a cambios en el ambiente (Fisher, 1999) [9]

Los procesos de socialización

La adscripción a un género, la percepción y el aprendizaje de comportamientos propios de un niño y de una niña, es uno de los aspectos de los procesos de socialización infantil. Y parece ser el aspecto central e inicial, en términos temporales, para la adquisición de una identidad en la mayoría de las sociedades humanas conocidas.
“El género consiste en la interpretación cultural del sexo, es decir, el conjunto de expectativas sociales depositadas sobre los roles a desempeñar por hombres y mujeres: lo que se espera de ambos” (Murillo. 2000)[10].
La identidad sexual del niño, dice Bourdieu, es el “elemento capital de su identidad social”, se construye al mismo tiempo que la representación de la división sexual del trabajo y, de acuerdo con las investigaciones psicológicas, queda tajantemente establecida alrededor de los cinco años de edad (Bourdieu 1991:133)[11].
Para Lamas esta adquisición es aún más precoz. Basada sobre investigaciones de psicología médica, esta autora afirma que la identidad de género se instala entre los dos y tres años de edad, al mismo tiempo que el lenguaje y “es anterior a un conocimiento de la diferencia anatómica entre los sexos” (Lamas.1986:188).
En efecto, uno de los principales aprendizajes del niño y la niña en su relación con los mayores, es su ubicación en las dos grandes particiones aceptadas en su sociedad: lo femenino y lo masculino. Esta distinción y adscripción es sostenida y representada mediante símbolos, el lenguaje, actos, prácticas, actitudes y tipos de personalidad.
Se ha demostrado que lo femenino se diseña en función de ciertos discursos socialmente compartidos los cuales engloban cierta clase de conceptos tales como afectividad, intuición, pasividad, improductividad, subjetividad, como por caso las lágrimas, la procreación, la plática, los amoríos, la melancolía, la alegría, la ambición, la libertad de conciencia de explotar obreros o dicho de otro modo, el sentimiento de culpa por ser tan eficiente y objetivo a la hora de hacer que la fábrica produzca (Fernández, 1994:23) [12].
En otras palabras, las relaciones de género se desarrollan alrededor de la división femenino/ masculino. Esta dicotomía es un mecanismo cultural que organiza y da sentido a las prácticas sociales que constituyen la identidad de género.
Mientras que la biología ve en la dualidad hombre- mujer una manifestación de las leyes de la naturaleza, otros investigadores consideran que esa dicotomía es parte de un universo ideológico que incluye una red más amplia de oposiciones: razón-emoción, mente-materia, cultura-naturaleza, arriba-abajo, público-privado.
Lara, señala que los hombres son más propensos a representarse invariablemente con cierta clase de caracteres asociados a lo público: pragmáticos, asertivos, racionales, orientados hacia metas, con mayor seguridad en sí mismos, etcétera.
En el mismo articulo, las mujeres, en oposición, tienden a describirse como femeninas, es decir, sensibles a las necesidades de los demás, tiernas, dulces, atributos que se consideran como parte de lo privado (Lara. 1995)[13].
En el mismo sentido, Daniel Cazés alude que la masculinidad se organiza a partir de la capacidad de mandar, organizar el mundo público empleando la fuerza y la inteligencia. (Cazes. 1996) [14]
Nuevamente, la feminidad se imagina como el polo contrario de la masculinidad: lo femenino es la intuición, los afectos, la pasividad.
Como bien R. Connell ha mencionado, la teoría del rol termina proponiendo que lo masculino y lo femenino es una especie de tipología similar a la tipología personalidad A y personalidad B: una lista interminable de rasgos o atributos que forman parte de la personalidad de los actores que han sido socializados en ciertas estructuras asociados con lo masculino y femenino (Connell.1995)[15].



Los riesgos del determinismo social.

En la teoría del ‘rol’ el actor queda eclipsado cuando se subraya la enorme importancia de la estructura social.
Con el objetivo de dejar espacio para la idea de actor es relevante abandonar el plano dualista exterior-interior en el que se mueve la teoría del ‘rol’ y asumir que la construcción del mundo (incluidos, obviamente, hombres y mujeres) es el resultado de procesos relacionales, de la interacción entre personas, y entre las personas y el mundo material (Gergen, K. 2001) [16].
No es extraño entonces que abunden en la literatura sobre el tema de socialización e ‘interiorización’ de reglas y valores conceptos tales como papel (rol) de género que denota formas coherentes y durables de conducta o acción impuestas socialmente.
El mayor riesgo de semejante postura teórica consiste en sustituir el determinismo biológico y psicológico por un “determinismo social”.
Bajo esta perspectiva teórica se define a los individuos como simples recipientes que están en disposición de acoger las influencias sociales y culturales que propician los agentes socializadores tales como la escuela, la familia, la religión o los medios de comunicación..
El péndulo, se ha desplaza así, al otro extremo. El enfoque biológico-cognitivo desaparece del discurso teórico de las instituciones y la cultura al momento de fijar su atención sobre el individuo.

Relaciones sociales y practicas culturales

Cuando se aborda el tema de esa relación entre fisiología, cognición e identidad de género, simplemente se toma como evidente la determinación que ejerce ya la biología, ya la mente sobre la acción social, sin brindar una explicación teórica al respecto (Edley y Wetherell, 1995)[17].
En el contexto que produjo el movimiento feminista se ha venido consolidando un enfoque relacional, una visión sociológica cuyo argumento central plantea que la realidad se introduce a las prácticas humanas por medio de la categorización y la descripción que forman parte de esas mismas prácticas (Potter, 1996)[18].
Este modelo relacional pone en el centro la idea de que la identidad de género es el resultado de prácticas culturales, de formas de actuar que la gente despliega en contextos o en escenarios sociales.
Así, la identidad y las relaciones de género no se consideran como la expresión de entidades ‘profundas’ o subyacentes, un epifenómeno de la fisiología humana o de procesos psicológicos. Se considera ante todo un logro social y cultural.
De este modo, así como Kenneth Gergen explica que las emociones deben entenderse como una forma de actuar o de relacionarse y hablar (Gergen. 1996)[19], se puede plantea “el género es una especie de filtro cultural con el que interpretamos el mundo, y también una especie de armadura con la que constreñimos nuestra vida” (Lamas, 2000)[20].
El género... no reside en la persona pero existe en aquellas interacciones que son construidas como parte del género. Desde esta perspectiva, la capacidad de vincularse con los otros o la moralidad es una cualidad de las interacciones no de las personas, y esas cualidades no están esencialmente conectadas con el sexo (Bohan, 1994:33)[21].
Este punto de vista coloca un mayor énfasis y radicalizar la idea de que la identidad de género es un producto de la actividad humana, que es un efecto, por demás, frágil e inestable, de relaciones sociales las cuales son coordinadas mediante ciertos mecanismos culturales, entre ellos el lenguaje.
Es posible indagar las relaciones de género en las maneras en como se organizan, por ejemplo, la división del trabajo, el parentesco, las relaciones erótico-sexuales, etcétera. En este sentido, las relaciones de género se producen y reproducen en otros espacios institucionales y al hacerlo influyen en la dinámica de esos espacios.
Así, en la medida en que se suprime la idea, de la identidad de género se define características inherentes a la personalidad de los individuos, por estructuras biológicas; o por un conjunto de reglas que se imponen socialmente.
Se hace posible plantear que la identidad de género se va edificando justo durante el proceso acción, mientras se desarrollan las prácticas sociales, que a su vez, y mediante las cuales se procede a categorizar a las personas ya como hombres o ya como mujeres.
En términos breves, desde esta posición teórica, el género se concibe como una forma de actuar, de relacionarse unos con otros al tiempo que se utilizan ciertos recursos culturales que están disponibles en el seno del grupo social.
En la medida que no se halla establecido por estructura o esencia alguna, el género puede concebirse como una acción en sí misma, y no como una acción a la que subyace ‘algo más’.
Como enuncia Nigel Edley en referencia con la masculinidad: En donde el análisis de la psicología tradicional ha visto hombres reparando sus automóviles y sus repetidas conversaciones sobre fútbol y cerveza como huellas, y empezaron a indagar sobre el animal que las produjo, la psicología discursiva insiste que esas palabras y acciones son la bestia en sí misma (Edley 2001)[22].
La masculinidad se considera como una consecuencia antes que la causa de esas actividades.
Por ejemplo, Bohan (1997: 39) citando diferentes estudios asevera que se ha demostrado que algunas mujeres se comportan de forma más tradicional cuando ellas interactúan con un hombre cuyas actitudes hacia las relaciones de género son conservadoras que cuando ellas se relacionan con hombres con posturas más liberales (Boham 1997)[23].
Desde esta perspectiva, se plantea analizar y describir las relaciones de género reuniendo la atención en los recursos culturales (por ejemplo, los mecanismos discursivos que se emplean) y procesos relacionales que se colocan en marcha en contextos sociales más o menos definidos.
Y en términos de metodología, una substancial secuela es que el sujeto es removido como el centro del análisis, ocupando su lugar, como una nueva unidad de análisis, la acción social y los recursos culturales, las que se utilizan durante el desarrollo para categorizar y dar sentido justamente a esas prácticas sociales.
Como señala M. Wetherell “La unidad de análisis no es la persona pero sí el repertorio lingüístico o el sistema de categorización y sus implicaciones ideológicas”. Como se ha detallado aquí, ahora la identidad de género se refiere a un conjunto trascendente de relaciones o intercambios de carácter social, a la producción y reproducción de significados que proporcionan sentido a las acciones desplegadas en determinados escenarios y a la organización de la experiencia y el sentido de sí de los actores implicados (Wetherell. 1997: 164)[24]
Y en la medida que esta compuesta de múltiples y a veces contradictorios mecanismos discursivos que regulan un conjunto de acciones o relaciones sociales, y con los cuales se da forma ‘a la realidad’ y se establecen evaluaciones de carácter moral, la identidad de género depende íntegramente de la situación, de la manera en cómo se negocie, del lugar que los individuos ocupen en las relaciones sociales que se ponen en marcha y de los modelos discursivos que se utilicen para dar sentido a la acción.
Por ultimo, y aun cuando existen, tradiciones culturales y desarrollos históricos que aplican ciertos límites a los procesos de acción, siempre es viable que dentro de esos márgenes se provoquen rompimientos e innovaciones que amplíen o disminuyan los límites dentro de los cuales las relaciones de género se desenvuelven.

[1] Lamas, M. (1986), “La antropología feminista y la categoría genero”, en Ludka de Gortari (coord.), Estudios sobre la mujer: problemas teóricos, Nueva Antropología, Nº 30, Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología / Universidad Autónoma Metropolitana – Iztapalapa.
[2] V. Maquieira (2001). "Género, diferencia y desigualdad", en E. Beltrán, V. Maquieira, S. Álvarez y C.
Sánchez. Feminismos. Debates teóricos contemporáneos. Madrid: Alianza. Págs. 127-190. Pág. 159.
[3] Saúl Gutiérrez Lozano (2006) “Género y masculinidad: relaciones y prácticas culturales”, Revista de Ciencias Sociales (Cr), año/vol. I-II, número 111-112, Universidad de Costa Rica, San José, Costa Rica. pp. 155-175.
[4] Badinter, 57; W. Cromie, "Making Sense Out of Sex Ratios", Harvard Gazette, 23 junio 1993, 10.
[5] A. Moir y D. Jessel, (1992) Brain Sex: The Real Difference Between Men and Women, Carol, Secaucus, NJ, pp. 36.
[6] Narbona, J. (1989)"Lateralización funcional cerebral: Neurobiología y clínica en la infancia", Revista de Medicina de la Universidad de Navarra, España, pp. 33-34.
[7] Hyde, S. J. (1996) “Where are the Gender Differences? Where are the Gender Similarities?” In: Sex, Power, Conflict. Eds.: Buss, D.M. & Malamuth, N.M., New York: Oxford.
[8] Gil-Verona (2002), “Diferencias sexuales en el sistema nervioso humano - Una revisión desde el punto de vista psiconeurobiológico”, Revista Internacional de Psicología Clínica y de la Salud, Vol. 3, Nº 2, pp. 351-361. Valladolid (España)
[9] Fisher, H. (1999). The fisrt sex. Nueva York: Random House.
[10] S. Murillo (2000). Relaciones de poder entre hombres y mujeres. Los efectos del aprendizaje de rol en
los conflictos y en la violencia de género. Madrid. Federación de Mujeres Progresistas. Pág. 14.
[11] Bourdieu, P. (1991) El sentido práctico. México. Taurus.
[12] Fernández, C. P. (1994) La Psicología colectiva un fin de siglo más tarde. México: Anthropos-Colegio de Michoacán.
[13] Lara, A. Ma. (1996) “Masculinidad y feminidad”. En: Antología de la sexualidad humana. Vol. I. México, Distrito Federal. Consejo Nacional de Población.
[14] Cazés, D. (1996) “La dimensión social del género: posibilidades de la vida para mujeres y hombres en el patriarcado”. En: Antología de la sexualidad humana. Vol. I. Consejo Nacional de Población. México, DF.
[15] Connell, R. W. (1995) Masculinities. USA. University of California Press.
[16] Gergen, M. (2001) Feminist Reconstructions in Psychology. USA: SAGE-Publications.
[17] Edley, N. & Wetherell, M. (1995) Men in Perspective. London. Prentice Hall.
[18] Potter, J. (1996) La representación de la realidad. Barcelona: Paidós.
[19] Gergen, J. K. (1996) Realidades y relaciones. España. Piadós.
[20] Lamas, Martha -compiladora-. El género. La construcción cultural de la diferencia sexual. Programa Universitario de Estudios de Género (PUEG),Editorial Porrúa,2000.México, D.F.
[21] Bohan, S. J. (1997) “Regarding Gender. Essentialism, Constructionism, and Feminist Psychology”. En: Toward a New Psychology of Gender. Eds.: Gergen Mary y Sara N. Davis. New York: Routledge.
[22] Edley, N. (2001) “Analyzing Masculinity: Interpretative Repertoires, Ideological Dilemmas and Subject Positions”. In: Discourse as Data. Eds.: Margaret Wetherell, Stephanie Taylor & Simeon Yates. London: Sage-The Open University.
[23] Bohan, S. J. (1997) “Regarding Gender. Essentialism, Constructionism, and Feminist Psychology”. En: Toward a New Psychology of Gender. Eds.: Gergen Mary y Sara N. Davis. New York: Routledge.
[24] Wetherell, M. (1997) “Linguistic Repertoires and Literary Criticism: New Directions for a Social Psychology of Gender”. In: Toward a New Psychology of Gender. Ed.: Gergen, M. y Davis, S. New York: Routledge.